No es de Castilla como territorio o división política de lo que quiero
ocuparme, sino de su espíritu, el conocido como “espíritu castellano”.
El embrión de este espíritu tuvo que ver con un acontecimiento que se
produjo en el último cuarto del Siglo IX en una franja que, desde los Montes de
León, discurre hasta el llano jalonada por las fértiles vegas del Esla, del
Porma, del Órbigo y del Carrión.
Concurrieron en este territorio y en este tiempo tres culturas, las tres
cristianas pero de muy distinto carácter:
* La fuerza conquistadora astur venida del norte, acaudillada por
Alfonso III con su impronta de ambición, destreza y vigor.
* El componente mozárabe, que subió desde el sur con los monjes,
portadores de la cultura romana que mantenían muy viva, así como de los saberes
cultivados en Al Andalus, su arte, sus costumbres y sus devociones.
* La corriente continua de peregrinos que, desde todos los puntos de la
cristiandad (entonces reducida al sur y centro de Europa) caminaban desde el
Este hacia el Oeste, abriendo a su paso los ojos de los habitantes de estas
recias tierras, hacia otras realidades, generando a su paso una coalición del
poder espiritual y temporal con el común propósito de favorecer su llegada a
Santiago y su retorno.
La confluencia de estas tres fuerzas produjo el germen de este espíritu
genuino, que, andando el tiempo, impulsaría la conquista de un nuevo mundo pero
que, he aquí lo admirable, nació en el viejo Reino de León en torno a los
Monasterios de San Pedro de Eslonza, San Miguel de Escalada, Sahagún, Carrión
de los Condes, etc...
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